Becerro de oro

Afirmar de forma categórica, como hacen algunos, que Dios no existe y así pretender derribar, con una frase, siglos de tradición religiosa, es algo tan ridículo como negar la evidencia científica o la relevancia de la filosofía en la historia. La religión, cualquiera, es un saber ancestral, una filosofía perenne, "un conjunto universal de verdades y valores comunes a todos los pueblos y culturas". No son de extrañar, sobre todo entre los jóvenes -y no tan jóvenes-, expresiones y conductas que atentan contra los valores religiosos, amparadas en un huero descreimiento disfrazado de agnosticismo, pues han derribado la Cruz para adorar el "becerro de oro". En un programa de radio diferido, escuchaba hace algunas noches la anécdota de un colaborador, quien relataba que, visitando una catedral con una familia amiga, observó cómo una de las hijas pequeñas de aquellos, preguntó al padre que quién era ese, haciendo alusión al Cristo crucificado. Se quejaba, el colaborador, entonces, de que aquello no era cuestión de fe religiosa, sino de una ignorancia más que reprochable.

Jesús de la Palma

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