Juego de cartas
En el barco. Una pareja de mayores, no tan mayores aún, juega a las cartas. Me llama la atención la actividad por su anacronismo. No creo que muchos hoy, en la era digital, juegen a las cartas para desdibujar el tiempo. Al poco abandonan el juego y se sumergen, móvil en mano, en el universo digital. Nada de que hablar. Pienso entonces en mi relación de pareja: yo hablo y ella me escucha, bendita paciencia la suya. Santa, santa, santa es ella entre todas las mujeres y bendita es su bondad para conmigo. Yo hablo principalmente y ella me escucha porque yo tengo un serio problema de identidad, y es que me busco y, por más que lo intento, nunca me encuentro, y la necesito a ella más que a nadie en este mundo para que constantemente me recuerde quién soy, cuál es mi lugar en el mundo. Ella habla, pero nunca sobre ella. Ella es generosa. Ella habla de nosotros. La pareja de mayores aún no tan mayores ha dejado el teléfono y miran a través del ventanal, miran al océano, a la inmensidad. No hablan. Mientras escribo, ella me pregunta qué hago. "Escribo sobre ti y sobre mí". Ella sonríe.
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