La veo a través de la cristalera principal, está sentada en un escalón, fumando; cada día cumple la misma rutina antes de entrar al gimnasio. Entra y aborda a quien tenga a bien prestarle oídos; ya por compasión, ya por resignación; yo también tuve mi oportunidad... De unos cincuenta años y de una delgadez espectral, hace sus pinitos, lo intenta; por lo que sé, ha pasado varios meses sin salir, en cama, aunque desconozco el motivo. Hoy le ha tocado el turno a Javi, el dueño del gimnasio. Justo antes, yo había entrado a la oficina, que está a pie de pista, para recomendarle un disco, ya que somos de la misma quinta y tenemos parecidos gustos musicales; a raíz de eso, hemos entablado una breve conversación; la cuestión es que después de verla a ella, me he visto reflejado en su imagen; ambos, como todos, con mayor o menor sutileza, buscamos el contacto humano, entablar conversación, huir de nuestra realidad. Qué frase, la de Stig Dagerman: "nuestra necesidad de consuelo es insaciable".
Yo no soy malo (ficción narrativa)
El monólogo interior no me aflige. Convivo con él con la más absoluta naturalidad, a la manera de esos médiums que cohabitan con los fantasmas, como en una suerte de comuna platónica. A menudo me pregunto cuándo empezó todo, y en cada ocasión obtengo una respuesta distinta, lo que no es impedimento para que siempre termine encontrando el camino de vuelta a lo que considero que más se acerca a la verdad. Todo pudo empezar cuando, siendo muy chico, y ante una de las regañinas de turno, le repliqué a mi padre que yo tenía mis derechos. Como ni determinista ni existencialista, no considero que no pudiera haber cambiado de alguna manera mi destino; no obstante, no me cabe duda de que tanto el carácter como las circunstancias influyeron de manera decisiva en quien me terminé convirtiendo. Me gustaría poder contar una historia en la que no hubiera pasado nada; pasearme por los aledaños de los acontecimientos y detenerme en cada detalle; describir cada esquina y cada pilar, cada pared, ca...
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