El grito
Hace unos días dos prostitutas murieron en Cantabria al ser arrolladas por un tren. Una quería suicidarse y la otra salvarla. Sabemos, desgraciadamente, que esto sucede con frecuencia (cada día hay casos de personas que se lanzan a las vías del metro o del tren), pero este suceso ha salido a la luz (y solo en contados medios), por lo rocambolesco de la historia. A mí, personalmente, este tipo de acontecimientos me sobrecogen hasta el desgarro. Cuando lo he leído, he reparado en esa proclama tan humana: "quiero ser feliz". Todos, sin excepción, deseamos ser felices, el problema deviene cuando ese anhelo se torna imposición, y esto sucede porque nuestro modelo de sociedad consumista es despiadado hasta el punto del esclavismo. La esclavitud de las conciencias a través de las Redes Sociales es un hecho, hay un sometimiento por parte de las grandes corporaciones hacia los más vulnerables, los jóvenes, cuya capacidad de discernimiento se halla circunscrita casi por entero al plano emocional. Este suceso, casualmente, me ha sorprendido con "El mito de Sísifo" entre manos, un ensayo donde Camus realiza un concienzudo análisis sobre el absurdo de la existencia y sobre, según él, el único problema filosófico realmente serio, el suicidio; en el que podemos encontrar reflexiones como "raramente nos suicidamos por reflexión", "vivir, naturalmente, jamás es fácil", o, "un mundo que podemos explicar, aunque sea con malas razones, es un mundo familiar. Pero, en cambio, en un universo privado de pronto de ilusiones y de luces, el hombre se siente extranjero". Esta chica, como tantos otros jóvenes que cometen suicidio, llegan a ese extremo porque se sienten extranjeros; extranjeros en una sociedad que, en favor del consumo, hace lo indecible para dificultar el acceso a la reflexión; extranjeros en un mundo en el que todo se mueve por inercia y donde la hipocresía y la frivolidad son criterios fundamentales de su código deontológico.
Jesús de la Palma (15/06/2020)
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