¿Mantener la vida?

Hay personas a las que les tranquiliza pensar en la muerte, y este sentir lo desarrollan desde bien jóvenes, es algo intrínseco a ellos. Siempre han coqueteado con la idea del suicidio, aunque nunca lo hayan intentado. Hay temporadas, o días sueltos, en los que piensan en matarse varias veces a lo largo de una mañana, o de una tarde, y para dormir, les resulta un somnífero de lo más efectivo, les tranquiliza mucho pensar que van a morir mientras duermen; esa idea de no volver a despertar les seduce. El suicidio en ellos no es una idea concreta, es una ensoñación, un refugio; nunca han tenido claro cómo se suicidarían: seguramente, con una ingesta masiva de barbitúricos o cualquier otro tipo de muerte plácida. Han leído a casi todos los suicidas de la literatura, porque sienten que tienen mucho que ver con ellos. Cioran fue uno de esos suicidas impostados. Cioran, por no suicidarse, se convirtió en un impostor, pero fue un impostor brillante, único en su género; brillante, porque en esta vida da igual lo que se haga; mientras se haga bien, bienvenido sea, porque si de algo carecemos es de caracteres legítimos, y Cioran fue un impostor legítimo. Beckett, en "Esperando a Godot", escribe para sus personajes una escena célebre al respecto: <<¿Y si nos ahorcáramos?, sería un buen medio para que se nos pusiera tiesa>>. 

No es extraño encontrar en los grandes de la literatura alusiones al suicidio, tanto es así, que para Camus era el problema filosófico más importante. Hay personas a las que no termina de convencerles la vida, piensan que conformarse no es una postura inteligente; su espíritu inquieto les incita a pensar que no tienen por qué conformarse con algo que no han elegido. A estas personas se les podría llamar suicidas de vocación.

Jesús de la Palma

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