Danzad, danzad, malditos

He visto tantas veces  "They shoot Horses, don't they? (Danzad, danzad, malditos, en español)", que conozco al detalle cada milímetro del metraje, no obstante, tengo esa sensación desde la primera vez que la vi, porque es un fiel retrato de lo que uno, si escarba un poco en la superficie, encuentra cada día al salir a la calle. La vida es una competición frenética en la que cada uno baila al son de su interés por continuarla: a más ganas de vivir, mayor el sacrificio y la humillación que se está dispuesto a asumir. Demonizamos a los suicidas porque han cometido el acto de valentía por antonomasia. Quien diga que los suicidas son unos cobardes, miente. Cobardes, en todo caso, somos nosotros, los que seguimos vivos, bailando al son de una música impuesta, ya que nadie vive su propia vida. Nunca estamos satisfechos, motivo por el que innovamos continuamente, imponiéndonos nuevas metas; metas, por otra parte, que no hacen sino llevarnos una y otra vez al punto de partida, porque el mundo es una eterna y repetida injusticia. La vida es movimiento porque el sentimiento de estar vivo es insoportable, y hay que distraerlo constantemente. Son muy pocos los que se plantean el porqué de la existencia, y los que lo hacen, generalmente, no acaban bien, como le sucede a Gloria, la protagonista de "Danzad, danzad, malditos".

Jesús de la Palma

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