Leo que para Zenón, el filósofo griego, la libertad era prerrogativa exclusiva del sabio, mientras que las personas inferiores, es decir, la mayoría de los miembros de la sociedad, no solo eran ignorantes, sino también esclavos. En aquella sociedad donde la esclavitud era una práctica común, esta postura, a primera vista, pareciera reflejar cierto elitismo intelectual, pero si se profundiza en la reflexión se llegará a la certeza de que para Zenón la sabiduría era el criterio para valorar quién era libre y quién no, puesto que el yugo de la esclavitud se desplaza de lo exterior a lo interior, de lo físico a lo mental, únicamente gracias a la ignorancia. Y lamentablemente, con el correr de los tiempos, comprobamos cómo poco o nada ha cambiado, si nos detenemos observar el vehemente interés de los gobiernos por mantener ignorante, distraída, a la población: hasta no hace mucho, por defecto, y ahora, por exceso de información.
Yo no soy malo (ficción narrativa)
El monólogo interior no me aflige. Convivo con él con la más absoluta naturalidad, a la manera de esos médiums que cohabitan con los fantasmas, como en una suerte de comuna platónica. A menudo me pregunto cuándo empezó todo, y en cada ocasión obtengo una respuesta distinta, lo que no es impedimento para que siempre termine encontrando el camino de vuelta a lo que considero que más se acerca a la verdad. Todo pudo empezar cuando, siendo muy chico, y ante una de las regañinas de turno, le repliqué a mi padre que yo tenía mis derechos. Como ni determinista ni existencialista, no considero que no pudiera haber cambiado de alguna manera mi destino; no obstante, no me cabe duda de que tanto el carácter como las circunstancias influyeron de manera decisiva en quien me terminé convirtiendo. Me gustaría poder contar una historia en la que no hubiera pasado nada; pasearme por los aledaños de los acontecimientos y detenerme en cada detalle; describir cada esquina y cada pilar, cada pared, ca...
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